REDACCIÓN.-Hasta los chimpancés reconocen la parte positiva de un castigo justo y constructivo cuando cometen faltas que podrían ser riesgos futuros para su propio desarrollo. Lo mismo sienten y piensan niños de seis años, de acuerdo con estudios científicos reseñados por la agencia EFE y que Trinchera Digital reproduce como dedicación a los teóricos de nuevo cuño que desde sus ópticas «modernistas» conciben toda crisis, -mayormente las ajenas-, y las resuelven con códigos y teorías.
DETALLES
Los seres humanos pueden sentir angustia ante el padecimiento de otros pero si ese sufrimiento forma parte de un castigo justo, los niños de seis años y los chimpancés valoran que se imponga la justicia, aunque suponga dolor.
Este hallazgo, liderado por científicos del Instituto Max Planck de Neurología y Ciencias Cognitivas de Leipzig (Alemania) y publicado hoy en la revista Nature Human Behaviour, aporta una nueva perspectiva de la evolución del castigo entre iguales como herramienta para hacer cumplir las normas sociales y garantizar la cooperación en una sociedad.
Investigaciones anteriores habían demostrado que tanto los seres humanos como algunas especies animales sienten angustia al ver a semejantes lastimados pero, también, que los adultos humanos sienten placer si perciben ese daño como un castigo merecido.
El estudio pretendía determinar si -al igual que los adultos- los niños de preescolar (4, 5 y 6 años) y nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, valoran los castigos justos.
«El trabajo se enmarca dentro del interés por ‘schadenfreude’ (un término alemán que designa el sentimiento de alegría surgido del sufrimiento o la infelicidad del otro), y pretendía ver si los niños y los chimpancés son capaces de asumir costes para ver cómo alguien que les ha hecho daño lo pasa mal», explicó a Efe una de las investigadoras que participó en el estudio, Nereida Bueno-Guerra, que pertenecía a la Universidad de Barcelona (UB).
Para ello, los científicos hicieron un experimento con chimpancés. En él participaron individuos que alimentaban a los animales y que, por tanto, eran percibidos como ‘buenos’ (prosociales), y otros que les quitaban la comida y que eran vistos como ‘malos’ (antisociales).
El experimento simulaba agresiones a individuos prosociales y a individuos antisociales; previamente, el chimpancé había aprendido a abrir una puerta para abandonar la sala, es decir, podría evadir la situación.
Sin embargo, los chimpancés no abrieron la puerta prácticamente en ningún caso, fuera quien fuera el individuo golpeado.
El experimento se repitió pero, esta vez, la mitad de la agresión se realizaba tras una mampara que entorpecía la visión del animal, lo que le obligaba a actuar (abrir la puerta) para poder seguir viendo el castigo.
En ese caso, los chimpancés abrieron la puerta de manera proactiva para continuar viendo cómo golpeaban al individuo antisocial, lo que «nos hace pensar que si abren la puerta es porque tal vez efectivamente le gusta verlo», explica Bueno-Guerra, actualmente investigadora en la Universidad Pontifica de Comillas.
Posteriormente, los experimentos se repitieron con niños de 4, 5 y 6 años en un teatro de marionetas.
En sustitución de la puerta que tenían los chimpancés, a los niños se les dio unas monedas que podían entregar si querían seguir viendo cómo castigaban a la marioneta antisocial, o quedárselas, y obtener una recompensa (unas pegatinas) si no gastaban las monedas.
Los niños de seis años, como los chimpancés, se mostraron motivados, actuaron activamente para seguir viendo cómo castigaban a los individuos antisociales, lo que significa que los chimpancés y los niños de seis años tienen interés por formar parte de un castigo justo, incluso aunque conlleve sacrificios (quedarse sin pegatinas).
«Los niños de 6 años tienen una motivación mayor para ver cómo alguien recibe un castigo merecido», subraya la investigadora.
Los de 4 y 5 años, sin embargo, no mostraron comportamientos claros, «probablemente porque aunque comprendan la situación, aún no son capaces de discernir cómo actuar», puntualiza Bueno-Guerra.
El trabajo, por tanto, constata otros hallazgos anteriores que sugieren que los 6 años es una edad importante para el desarrollo emocional y cognitivo del niño, en el que aumentan las conexiones del cerebro que les ayudan a desarrollar estrategias de cooperación, empatía o justicia social.