REDACCIÓN.-Once horas para recorrer el trayecto de ida y vuelta a donde se encuentran los 12 niños y su entrenador atrapados dentro de la cueva inundada Tham Luang, al norte de Tailandia. Solo en el primer tramo hasta el punto donde se bifurca el túnel hacen falta ocho horas. La ruta está llena de dificultades. Sin visibilidad, con desniveles, muy estrecha en algunos puntos, apenas hay descansos posibles. “Es un viaje agotador”, explica el danés Ivan Karadzic, de 44 años, y uno de los buzos voluntarios que participa en las operaciones de rescate. La muerte de uno de ellos ha puesto en evidencia hasta qué punto el camino es traicionero, incluso para profesionales experimentados.
- El primer desafío comienza antes de llegar incluso al agua. Hay que caminar durante una hora y media por un camino “brutal”. “Está lleno de agua y barro hasta la rodilla. Hay pedruscos, desniveles arriba y abajo, cambios de dirección, caídas de cinco, diez metros. Está realmente mal”, describe. Tanto, que al llegar a la zona inundada y antes de meterse en el agua es necesario tomar un descanso…
Una vez en el agua, la experiencia tampoco es fácil. “No hay ninguna visibilidad, el agua está muy sucia”, cuenta. En algunas zonas los túneles se vuelven muy estrechos. En otras, la profundidad puede llegar a los cinco metros. Se avanza fatigosamente; el respiro —que no el descanso— llega con algunas pequeñas bolsas de aire por el camino. La temperatura es relativamente fresca, unos 20 grados centígrados, 10 menos de los que alcanza el agua del mar en Tailandia.
Karadzic solo llegó hasta la bifurcación del túnel, un trabajo que le llevó ocho horas. Pero más allá está el punto más peligroso del trayecto, donde el pasadizo desciende y asciende en forma de U, y a duras penas solo cabe una persona. Incluso pasar las botellas de aire es complicado. El buzo lo relativiza. “Hay obstáculos que complican un poco el paso, pero no lo hacen imposible”.
En su opinión, tras haber explorado la cueva, es complicado pero “posible” sacar a los niños buceando. La idea, según explica, es que aprendan a nadar, algo relativamente sencillo, y las claves más básicas de una inmersión. “Otra cosa sería imposible, no puedes enseñar a un niño de 12 años a ser un buceador competente. Pero sí lo suficiente, siempre y cuando se minimicen los momentos en que los niños tengan que estar bajo el agua».
Los adolescentes, naturalmente, tendrían que ir acompañados, probablemente de buceadores militares tailandeses que puedan comunicarse mejor con los pequeños futbolistas. “Ellos les guiarían en los tramos complicados para que pudieran atravesarlos”. Y esos puntos son pocos. “En la inmensa mayoría del trayecto hay espacio para que naden dos personas juntas, y los buzos pueden ir acompañando a los niños sin problemas”. “Es la única salida; que yo sepa”, así que no habría más opción, a menos que se opte por excavar un agujero en la roca, algo que podría llevar un tiempo indeterminado.
La muerte del buzo, reconoce, ha sido un mazazo. Pero insiste en que sacar a los niños por esta vía es lo más recomendable. “Me sigo sintiendo muy positivo, contamos entre los voluntarios con unos buceadores fenomenales, algunos de los mejores del mundo”.
Su inmersión del jueves en la cueva no va a ser la última. Según revela, les han indicado que estén listos este viernes para volver al agua. Una experiencia en la que ahora puede pesar la muerte del compañero. “Claro que estoy preocupado. Pero tengo los conocimientos y experiencia que hacen falta, tengo confianza en mí mismo y conozco los riesgos”, reconoce Karadzic.