COLOMBIA, Cúcuta.-Un verdadero muro, pero de guardias bolivarianos fue lo que encontró la llamada «ayuda humanitaria» que a la fuerza intentaron entrar a territorio venezolano desde Colombia las huestes de una autoproclamada «comunidad internacional», con Estados Unidos a la cabeza. Hubo quema de camiones, que unos atribuyen a Nicolás Maduro y otros hasta demuestran que fueron los «pobres muchachos» que previamente atacaron y le dieron candela a dos autobuses del transporte colectivo en la comunidad La Ureña, del lado venezolano. La realidad fue que hasta el cierre de esta crónica la llamada «ayuda humanitaria» no había podido ser llevada hasta donde han trazado Donald Trump y el flamante secretario de Estado, Mike Pompeo. Hubo transmisiones en vivo de cadenas noticiosas antichavistas que mostraban «las atrocidades» represivas de las autoridades de Venezuela en el lado de su territorio, pero ocultaban escenas como las de el ataque violento contra pasajeros y la quema de un autobús por parte de una turba que no cesaba de lanzar piedras y todo tipo de objetos contra los militares que cumplían servicios en su territorio.
DETALLES
El diario El País, bajo la firma de Santiago Torrado reseña que la postal de una cadena humana que hiciera ingresar en Venezuela las ayudas solicitadas por Juan Guaidó nunca llegó. La “avalancha humanitaria” se estrelló, de momento, con las armas y los gases lacrimógenos de los militares leales al chavismo y los colectivos que aún respaldan a Nicolás Maduro. En el puente Simón Bolívar, el principal cruce fronterizo entre Colombia y Venezuela, en lugar de un ingreso triunfante, el escenario se descompuso a lo largo de la tarde hasta tornarse sangriento.
El día decisivo, en el puente decisivo, comenzó muy temprano, cuando dos tanquetas de la guardia venezolana llegaron hasta la propia línea limítrofe, donde se bajaron tres uniformados, con sus armas en alto, y pidieron auxilio a las autoridades colombianas. En el tumulto, dos personas resultaron heridas y salpicaron de sangre las vallas de Migración Colombia. Las tres primeras deserciones de una esquizofrénica jornada.
La tensión se acumuló desde entonces. De un lado, el cordón policial de los agentes de la Policía Nacional Bolivariana, inmóviles pero nerviosos, cerraba filas ante las decenas de personas que se agolpaban antes de la llegada de las camiones. “Lo vamos a hacer por las buenas”, gritaban algunos en un intento por rebajar los ánimos. “Vamos a ver cuántos son ustedes y cuantos somos nosotros”, les retaban otros. Cuando se acercaban los suministros, abundaban las invitaciones para que se acogieran a la amnistía que les ofrece el líder de la Asamblea Nacional: “Vénganse muchachos, piensen en sus familias”. Para entonces empezaban a llegar del lado venezolano el sonido de detonaciones, aún distantes, y las noticias de que se había puesto en marcha la represión. Pronto los estruendos serían mucho más cercanos.
La creciente multitud arengaba a los militares a dejar pasar las ayudas prometidas, hasta que llegó la marea humana, la anticipada “avalancha humanitaria”. Con banderitas y entonando el himno, se detuvieron ya sobre el espacio encajonado del puente, a menos de 100 metros de los policías, respaldados a sus espaldas por los colectivos. De pronto, la marea se lanzó a la carga, decidida a avanzar hasta quedar cara a cara con los policías, solo separados por los escudos. Muy pronto, lanzaron las primeras bombas de gas lacrimógeno. Con los ojos y las gargantas aún ardiendo, se desató la frenética estampida sobre la estrecha estructura de concreto. El primer intento había fracasado, la gente se había dispersado, algunos caídos sobre el asfalto, y los chalecos azules, los voluntarios de Guaidó, intentaban ordenar el caos.
El diputado y médico José Manuel Olivares, siempre en primera línea, como habían prometido los encargados de Guaidó en cada uno de los cuatro pasos de Colombia a Venezuela que anhelaban coronar, atendía algún herido y regresaba al frente. Las rondas de gases y las detonaciones aumentaban su intensidad. En la boca del puente, la llegada de los camiones cargados de suministros impregnaba optimismo y desataba un cántico de “libertad” que no se correspondía con la batalla campal que se libraba sobre el río Táchira, con los colectivos ya muy juntos a los militares.
Del lado colombiano abundaron los encapuchados, bien fuera para esconder su rostro bien fuera para protegerse del gas lacrimógeno. Los voluntarios comenzaban a resignarse a que del otro lado les estaban “cayendo a plomo”, y no contarían con la calle que necesitaban para enlazar algún tipo de cadena humana. En los pilares del puente, los encapuchados lanzaban incursiones a pedradas, mientras los gases lanzados desde Venezuela estallaban cada vez más del lado colombiano.