REDACCIÓN.-Este fragmento de un reportaje de El País sobre la soledad en el poder del presidente de los Estados Unidos revela asuntos interesantes que podrían marcar la diferencia entre la guerra y la paz o la estabilidad y el caos en las relaciones de la primera potencia con el resto del mundo: Donald Trump, de 70 años, vive solo en la Casa Blanca. Su esposa Melania y Barron, el hijo de 11 años que tiene con ella, tienen previsto mudarse en los próximos días a Washington al haber finalizado el curso escolar. Es una situación infrecuente. Solo hay un precedente, en el siglo XIX, de una primera dama que no se instalara inmediatamente en la residencia presidencial. Melania viaja ocasionalmente a Washington entre semana y suele pasar los fines de semana con su marido.
Trump duerme poco. “Me gustan tres, cuatro horas. Me echo, me giro. Hay pitidos y quiero descubrir qué está ocurriendo”, explicó en 2015. Trump —que ha admitido que ser presidente es más difícil de lo que imaginaba— ve en la Casa Blanca varias horas de televisión por la mañana y la noche, según la prensa estadounidense. En ocasiones, ha tuiteado a partir de informaciones que acaba de ver en el programa matinal de Fox News. No lee libros, que eran una pasión y vía de evasión para sus predecesores. Se desvive por la comida basura y el único deporte que practica es el golf cuando se desplaza algunos fines de semana a sus propiedades en el país.
“¿Puede que tengamos como inquilino de la Casa Blanca a una persona carente de sueño? Es bastante posible y es algo que debería preocuparnos porque podría contribuir al caos político que Trump genera”, ha escrito en The New York TimesRichard Friedman, profesor de psiquiatría en la Universidad de Cornell. El experto sostiene que los tuits del mandatario por la mañana indican que suele levantarse enfadado, advierte de los perjuicios de dormir poco y le lanza un consejo: “Por el bien de la nación, deje de tuitear y vuelva a la cama”.
La vida privada del presidente de EE UU siempre ha estado envuelta en un aura de secretismo. “Sería maravilloso poder hablar con algunos de los mayordomos cuando se van para saber qué ven con este presidente”, dice Brower en una entrevista. Por lo que le ha llegado, Trump —muy acostumbrado a tener empleados de servicio— trata correctamente al personal de la Casa Blanca. Y como todos sus predecesores, ha hecho cambios en la decoración de la residencia y tiene sus costumbres.
Una de las incógnitas del verano es qué efecto tendrá la llegada de Melania y Barron Trump al 1600 de Pennsylvania Avenue. ¿Tuiteará menos? ¿Será más disciplinado? ¿Parecerá menos enfadado? Es difícil saberlo, pero la experiencia del año y medio de campaña electoral parece descartar un viraje significativo.
Brower, que cubrió para la agencia Bloomberg los primeros años de Obama, subraya que lo que es seguro es que la vida de la familia presidencial seguirá alejada de los formalismos tradicionales. “Creo que la están redefiniendo porque no vieron ninguna obligación de seguir el protocolo. No lo hicieron durante la campaña y fueron exitosos”, dice la autora de dos libros sobre las interioridades de la Casa Blanca (La Residencia) y sobre primeras damas (Primeras Mujeres).
No solo es insólito que la primera dama no se mude a la Casa Blanca. También que una hija del presidente, Ivanka Trump, le asesore y tenga una oficina en el Ala Oeste (igual que su marido, Jared Kushner) y que, además, eclipse en ocasiones a la primera dama. Tampoco es común que el presidente haga una publicidad implícita de sus propiedades, a las que viaja con frecuencia.
En apenas cuatro meses, los Trump se han convertido en una especie de familia real estadounidense que pone a prueba los manuales del poder. “Nunca tuvimos una familia así de involucrada”, asegura Brower.